Mi primer viaje

Posted by Publicado por Mónica Méndez On 9:18

Mi primer viaje

Un día de Nochebuena, hace ya muchos años. En el recuerdo, casi difuminado, me veo sentada en la mesa de un bar, junto a mis padres y dos de mis hermanos, comiendo una tortilla de patatas mientras los mayores degustaban un cava Freixenet. Fuera, no hacía frío. Dentro del bar, no había ni una sola mujer. Probablemente, estas son las primeras imagenes que alberga mi memoria. Antes de eso había estado en otros lugares mucho más hermosos pero, es curioso como funciona la mente, porque no los puedo recordar. En cambio, mi memoria empieza allí; se inauguró el mismo día que crucé el Estrecho por primera vez.
Yo no tenía más de 5 años, por eso todo lo que recuerdo no está influenciado por ningún conocimiento, por ninguna ideología. Cuando pisé por primera vez esa ciudad, después de bajar de un avión que parecía que iba a caerse a trozos enmedio del camino, no sabía nada; no sabía que había gente que moría cada día por intentar llegar al lugar de dónde yo venía. Ni siquiera tenía un concepto muy claro de donde estábamos.
Llegamos a un hotel del que sólo recuerdo el salón donde se veía la tele. Ahora, cualquier pensión de mala muerte tiene su propio aparato en la habitación pero allí, no era lo más importante. Y lo cierto es que tenía su encanto bajar por las noches y observar a la gente poniéndose de acuerdo en el canal que querían ver. Supongo que no recuerdo la llegada porque mi mente estaba ocupada por un solo pensamiento: abrazar a mi hermano. Al fin y al cabo, era lo que me habían prometido y el único objetivo del viaje. Y la promesa se cumplió. De nuevo, no sabía ni donde estaba; cuando vi aparacer a mi hermano, a lo lejos, corrí para alcanzarle, con el poco sentido de responsabilidad que caracteriza a cualquier niño, pasando por debajo de la valla que nos separaba. Ni siquiera había visto a los hombres que estaban en la puerta, sosteniendo un fusil en sus manos; sólo me preguntaba porque vestían todos de verde.
Recuerdo también pasear por la ciudad. Un árbol de Navidad adornado con cajas y latas viejas, una estatua de un señor con bigote, que parecía no hacerle demasiada gracia a mis padres. Pero entre todas las imágenes, hay una que permanece con más claridad que otras: unos ojos negros, tristes, que nos miraban esa Nochebuena desde el otro lado del cristal del bar. Y esos ojos, me persiguieron durante todo el viaje.



La mente debe funcionar así. A veces, no somos capaces de recordar lo mejor que nos pasa, sino lo que nos llega al corazón. Este es mi primer recuerdo y mi primer viaje. La primera vez que vi el Mediterráneo desde otra perspectiva; una perspectiva que se quedó en mi mente para siempre.

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